EL OMBLIGO DEL MUNDO

Textos, noticias y fotos sobre la política latinoamericana

martes, julio 25, 2006

¿Es un avión, un OVNI? ¡No, son los superpoderes que destruyen la república! (un enojo con BS)


Son tiempos en que al gobierno, más específicamente a Kirchner, se lo acusa de hegemónico, de tener tendencias totalitarias. Esto no sucede desde algún rincón particular del arco político o ideológico sino que puede rastrearse en declaraciones de figuras que van de la derecha a la izquierda, pasando por todos los matices. Puede estar en boca de políticos, dirigentes empresariales, periodistas, religiosos y la lista sigue. Una suerte de transversalidad opositora ha encontrado en esa acusación vaga pero cada vez más arraigada en el magma del sentido común su punto de encuentro, su piedra fundamental desde la cual edificar el discurso antikichner, que tan difícil fue construir, si quiera pensar, en estos primeros tres años. De aquí en más, para todos los que se sientan oposición, ya sea orgánica o suelta, institucional o callejera, el primer pensamiento que tendrán sobre K será: hegemónico. Lo cual, dado el grado de conflictividad política que se alcance, desnudará el verdadero pensamiento: esto no es democracia. Eso dirán (en verdad, ya se desprende de las últimas editoriales de La Nación) los opositores y eso dirán sus bases. La fórmula es sencilla, efectiva y tiene algo de credibilidad, he ahí su potencialidad y su peligrosidad. Ya se escucha el repiqueteo: la democracia no es votar cada dos años, para que una democracia sea tal, deben cumplirse los mandatos republicanos. Kirchner desprecia a las instituciones y por lo tanto atenta contra la república. Así, incumple con los mandatos que hacen a la democracia. Lo cual lo vuelve antidemocrático. Toda esta pirueta ramplona es fácil de rebatir, pero lo interesante es ver de qué manera opera como herramienta de un sector de la clase política y de los profesionales de la comunicación para sobrevivir a este tiempo de mayorías tan abrumadoras. Recordemos la honesta síntesis que hiciera Lanata sobre por qué le disgustan tanto los ´70 (y es ese período el que actúa como fantasma intranquilizador de los opositores) “había demasiada gente de acuerdo en demasiadas cosas”. Es en la diversidad, en rigor un tipo específico de diversidad, donde muchos encuentran sosiego. La totalidad que ellos creen combatir es en verdad la mayoría que no quieren. El miedo tiene su fundamento: la mayoría (recordemos que es la reina de la democracia, aún de la representativa y burguesa) se parece a la totalidad. Es su imitadora. Desde la Revolución Francesa para acá a la pregunta de quién decide se ha encontrado una respuesta racional pero no exenta de problemas. Las mayorías. Éstas han reemplazado al poder absoluto del monarca. Pero no son sólo su contracara, son también su continuidad. Siempre hay algo de absoluto (y de arbitrario) en el poder de las mayorías. Pero hasta ahora, como dice el dicho popular, no se ha inventado un sistema mejor.
Hasta aquí, en una demostración de tolerancia republicana y democrática profunda, intentamos comprender a ese conjunto heterogéneo y aún diseminado que llamamos oposición. En general, personajes menores, de relativas pocas luces. En su defensa debemos decir que casi todos están en el deber de articular un discurso que explique y ordene sus posicionamientos, aunque las bases argumentativas y secuencias lógicas de aquél sean muy dudosas, ya que, en definitiva, están representando intereses económicos y sociales que deben ser atendidos urgentemente. La pérdida de poder político por parte de los grupos económicos bien merece un editorial que al menos plante bandera y deje testimonio de tamaña injusticia. Lo que en verdad irrita (el verbo puede modificarse, ampliarse o mutar según el día, hoy me quedo con este) es que algunos pensadores respetables rebajen su poder de comprensión, y por lo tanto su nivel discursivo y hasta estético, como única respuesta al muy intrincado panorama que les plantea el kirchnerismo. Tenemos que reconocer que el kirchnerismo es una empresa difícil de defender. Como cualquier tradición política argentina verdadera y auténtica es mañosa, no se ajusta a los estándares internacionales ISO 9000, digamos. Dicho esto, es esperable que la tarea de un intelectual sea la comprensión de hechos y procesos complejos, ya que la realidad misma lo es.
Lo que estoy queriendo decir es que se puede entender y hasta sacarnos una mueca simpática que un tipo como Grandona diga que K es antidemocrático. Es lo que uno espera como acusación de alguien que fue golpista hasta el 89/90. Para que una mentira sea creíble es necesario que sea la contracara exacta de la verdad. Hay en Grondona además hasta un deber social, una representación de clase (“yo soy un hombre del campo”, suele decir en los últimos programas antes de hacer gremio contra la política de precios, las retenciones y el control de exportaciones del gobierno).
En cambio, ¿qué decir de alguien como Beatriz Sarlo? ¿Cómo puede justificarse, siquiera entenderse, su ultima nota en la Tribuna de Doctrina? Es muy difícil. Vamos a citar el componente central de la nota:

"Kirchner es un setentista cultural. Y un hombre de los pragmáticos 90 en la política de todos los días. Incluso la mezcla no sería necesariamente mala, si no fuera por el hecho de que es "espontánea".
Podría ser una buena mezcla si la sensibilidad popular y el igualitarismo, como ideales setentistas, se hubieran mantenido después de una crítica profunda del carácter autoritario, despótico, sin principios y sin moral, de los instrumentos utilizados por el peronismo revolucionario a partir del asesinato de Aramburu. Y tampoco la experiencia de los 90 sería siniestra si lo que de ella se conservara fuera el respeto por la dureza de las leyes económicas, respeto que los años 90 decían tener pero que en realidad transgredieron la mayor parte del tiempo, poniendo a la Argentina en el camino de una crisis que pudo ser fatal. Pero si lo que queda de los 90 son algunos procedimientos políticos cuestionables, la mezcla puede volverse peligrosa: desprecio setentista por las instituciones republicanas, afirmación de la política plebiscitaria que conduce a una ciudadanía adormecida entre cada una de las elecciones y manejos imperfectos de los recursos públicos para sojuzgar a todo aquel que tenga responsabilidades de gobierno provincial o municipal".
Ah! bueno. ¡Qué ensalada Beatriz!
Es verdad que Kirchner tiene componentes setentistas y noventistas, pero los que expone la señora están mal. Supongamos que K tenga desprecio por las instituciones. Un hecho que aún merece ser comprobado, al menos puesto en perspectiva con otro presidente del pasado, con alguna experiencia regional, no sé, algo que le de carnadura al mote. Pero supongamos que es así. ¿Qué relación puede tener con los 70? ¿Qué contacto existe entre la idea setentista de que las masas van a rebasar el accionar democrático-burgués con que Barrionuevo vote los superpoderes a Alberto Fernández? O con gobernar con decretos de necesidad y urgencia. Parece un poco trasnochado. O superficial: Kirchner tendría un chip setentista que, amén de haber abdicado de la revolución social, sigue queriendo destruir las instituciones republicanas. O sea, continúa con el medio, aunque el fin se haya desdibujado. O sea, Kirchner está loco. En verdad, el manejo personalista del poder es un legado más menemista que setentista, una reformulación de prácticas que el discurrir de la democracia pos-dictadura fue instalando lenta y progresivamente, desde el gobierno de Alfonsín. Y que atraviesa todos los escalafones ejecutivos de la estructura estatal nacional, provincial y municipal. Es un producto (con luces y sombras) de los últimos 20 años, no 40.
Pero se pone cómico cuando sostiene que “...tampoco la experiencia de los 90 sería siniestra si lo que de ella se conservara fuera el respeto por la dureza de las leyes económicas…” Si algo enoja a todos –la CTA vive recordando que hay un superávit que no se distribuye, la derecha vive maldiciendo la “caja” que tiene K producto del manejo “hasta ahora responsable” de la política macroeconómica y debe contentarse con hablar de incorroborables climas de inversión, al parecer destemplados- es la reverencia de este gobierno a esas leyes económicas de los 90. Y como ella misma reconoce, leyes que en aquellos años eran más declamadas que puestas en práctica, pero que hoy se siguen a pie juntillas.
Después está eso de “política plebiscitaria que conduce a una sociedad adormecida”. Ajá. Primero un apunte fáctico: ¿Dónde está lo plebiscitario en el gobierno? ¿Se ha aplicado el referéndum como herramienta para llevar adelante políticas específicas? ¿Se han realizado asambleas populares o cabildos abiertos para que el pueblo reunido diga si “vamos bien o vamos mal General”? No, nada de eso, tan solo se ha votado y ha ganado el gobierno. Qué le vamos a hacer, así es (a veces) la democracia, que no es solo la primavera alfonsinista Beatriz, es algo mucho mas grande que eso. El segundo comentario es ideológico: ¿Cómo es que una política plebiscitaria conduce al adormecimiento? En el relato sarleano –el que desnuda en La Nación, sospecho que debe tener otros menos reaccionarios en otras ágoras- el plebiscito es visto como rémora hitleriana, como truco circense para que una masa enceguecida afirme lo que su líder ya ideó. Habría que preguntarse quién se quedó en el 45. Eso supone la existencia una sociedad homogénea, políticamente monocorde. Un conjunto humano mayoritario que asumiría (dormido) el discurso oficial. Pero la verdad es que la sociedad argentina de 2006 es muy otra cosa. Es un archipiélago de intereses, discursos e identidades tan vasto y divergente que el riesgo que corremos no es el de la multitud plebiscitadora sino el desmembramiento del conjunto que alguna vez fueron “los argentinos”. ¿Qué hilos de intereses, discursos e identidades vamos a tejer para que un paranoico vecino de Belgrano financie la erradicación del mal de chagas de una comunidad Toba en el Chaco? ¿Cómo para que el pequeño productor ganadero vea que el albañil de Morón que compra una tirita de asado no le puede pagar la carne en euros? Ojalá encontremos plebiscitos que nos vayan reconstruyendo como parte de algún proyecto colectivo. Y por último, ¡pobres gobernadores e intendentes sojuzgados por el poder presidencial! Desde hace diez años los analistas políticos vienen sosteniendo que hay un fenómeno que se repite cada vez con mayor frecuencia: los poderes locales, territoriales, provinciales se consolidan y fortalecen. Los oficialismos locales son en cada elección más difíciles de derrotar por otras fuerzas. Y para esto no hace falta sino mirar que magro a resultado el juego del gobierno en ese sentido. En muy pocos casos ha logrado imponer él la candidatura para gobernador. En la mayoría de los casos el poder central ha tenido que entenderse con el poder constituido localmente y armar alianzas con jugadores que no eligió. Qué el fisco nacional es parte de las negociaciones políticas entre las provincias y la nación es una historia que se repite desde el roquismo sin solución de continuidad. ¿Por qué no se emplea la tesis del sojuzgamiento cuando se acusa al presidente (con razón) de haber apoyado políticas noventistas en su época de gobernador? ¿Tan difícil es ser un poco riguroso a la hora de opinar?
Finalmente, del relato sarleano podría desprenderse, sumándole cierta dosis de racionalidad y buena leche, que en verdad Kirchner es un poco esa combinación virtuosa que ella imagina como reverso de la espantosa criatura que habita las pesadillas de la ensayista. Kirchner tiene de setentista cierto “idealismo igualitarista y sensibilidad social”, mezclado con el noventista reconocimiento al poder que ha sabido construir “la economía”, ese animal carnívoro que desde los ochenta actúa como racionalizador, como marcador de raya de lo políticamente posible. Ese idealismo puede rastrearse en cualquier discurso presidencial: Kirchner ha desempolvado la palabra igualdad del baúl donde el progresismo la había abandonado a favor de la tan edulcorada equidad. Kirchner vive pidiendo sensibilidad social a los grupos económicos que aún hoy siguen con ganancias extraordinarias. ¿Dónde están “los instrumentos despóticos, sin principios ni moral del peronismo revolucionario”, que utilizaría el presidente para llevar a cabo esos objetivos? Tal vez para Grondona un acuerdo de precios se asemeje a un secuestro extorsivo setentista, pero ¿a Beatriz Sarlo? Las nuevas generaciones que intentamos comprender un mundo difícil necesitamos de mejores intelectuales que nos den algunas pistas. No es el caso.

martes, julio 11, 2006

La integración latinoamericana (parte I)



Como nunca en la historia de América Latina los gobiernos y la sociedad civil han puesto sobre la mesa la cuestión de la integración continental como en estos tiempos recientes. Cumbres, acuerdos, reuniones bilaterales, intervenciones e intervencionismos, ayudas económicas y políticas, votaciones conjuntas en ámbitos internacionales, por sólo decir algunas, son las formas modernas que ha adoptado el viejo lema de la “unidad latinoamericana”. En verdad, lo que sucede no es sólo el retorno de aquel mito, de aquella esperanza de pueblos alzados y dirigentes aún más, sino una mixtura –muy hija de esta poco clara etapa histórica- inesperada de ese proceso eternamente truncado con el arrasador avance del nuevo animal moderno que llamamos “globalización”. Pensar a los intentos por construir una amalgama supranacional en el sur de América como el espejo opositor a la globalización neoliberal es peligrosamente ingenuo, en la mejor de las variantes. Confundir la arenga bolivariana de Chávez (sumamente útil y necesaria para comprender el proceso si logramos incorporarla correctamente en el cuadro general) con un futuro de autonomía regional, con un proyecto de “territorio liberado” es entender ese discurso desde su literalidad pero no desde su funcionalidad en una corriente histórica que lo supera a la vez que le da sentido.
Lo mismo sucede con las voces más moderadas de la región. La integración en marcha supone un salto cualitativo enorme respecto de los anteriores intentos porque, entre otras muchas cosas, no necesita “correrse por izquierda” entre sí. El contexto permite que todos los gestos y actos, por diferentes que sean en su contundencia, sumen hacia el mismo lado. Así, resultan aún progresivos los acuerdos en materia de infraestructura petrolera y gasífera entre Colombia y Venezuela más allá de las divergencias en política exterior entre los dos mandatarios. De concretarse y avanzar en la cooperación económica, será esa realidad, esa materialidad, la que terminará dando el color verdadero a la relación entre los dos países. En otras palabras, los discursos pueden variar muy rápidamente, los posicionamientos respecto a EEUU no sobreviven a un cambio político de una elección a presidente, pero los tubos de petróleo traspasando fronteras y los aumentos en los saldos del flujo comercial entre las naciones hermanas serán huesos más duros de roer.
No es casual que en esta nueva fase del intento latinoamericanista por sobrevivir, el vocablo integración haya reemplazado al más antiguo de unidad. Este último tiene claramente un perfil más político, más ideológico, más de partido o de orga. Reclama además un objetivo muy alto: es construir un ser nuevo. La “Unidad Latinoamericana” implica, o implicaba, la idea de una nueva América donde todo, donde ella misma, sería otra. Era lógico: para el hombre nuevo, una patria nueva. Ahora bien, la integración –reconozco que tiene menos épica, menos poesía- refiere a cierta materialidad, nos trae un aire productivo por así decir. Nos permite pensarlo desde conceptos como organización, ordenamiento, sistematización de una práctica. Tiene además escondido un verbo que supone acción, movimiento. Tiene también, es evidente, un grado mayor de pragmatismo. Y –tal vez esto sea lo más importante-, a diferencia de unidad no implica disolución de las piezas en el todo. Lo que se ha integrado puede desarmarse, no se solidifica en un nuevo objeto, sino que sigue conservando el ADN particular de cada componente. Es menos escencialista que la unidad. Es (en otro signo de estos tiempos menos totales) más plural. Quedan entonces pocas dudas de que se asemeja mejor con las posibilidades políticas y económicas que están sobre la mesa. O para ponerlo en términos más simpáticos, más utópicos: será más real pensar la unidad cuando se haya logrado, al menos, integrar en un alto grado las partes que deberán dar paso a la nueva formación. También debemos ser concientes del largo plazo que implica tamaña aventura y de los avances y retrocesos que ese camino inexorablemente tendrá.
Hay algo más en esa semántica. Integración no supone un limite. En verdad, la integración latinoamericana tiene una cara doble, que se desplega en un mismo paso, y que contiene una contradicción dificil de resolver –aún intelectualmente-. El continente da muestras de querer profundizar sus lazos internamente, de que sus fronteras se parezcan más a canales abiertos que a murallas medievales. Ahí se concentran una serie importante de luchas políticas e ideológicas de estos años. El freno al Alca es una materialización de eso. La constitución de instituciones regionales que deben su existencia a realidades políticas que no exceden el marco de los estados-nación de Latinoamérica, es otra. Pero también integración supone una relación con el resto del mundo. Seamos más claros. Supone una relación de poder determinada con el poder del mundo. La región crece. Desde hace unos años (depende el país, pero regionalmente podemos hablar de un promedio de 4/5 años aproximadamente) los PBI vienen mostrando balances positivos. ¿Es a caso resultado de la integración “hacia adentro”? ¿Es resultado de que Bolivia ha intercambiado bienes industriales con Paraguay? No. Es producto del intercambio mercantil a escala planetaria, principalmente la venta de productos primarios al mundo desarrollado. Así las cosas, parece necesario hacer un mapa que incorpore la dimensión de la integración latinoamericana con el primer mundo para comprender las posibilidades de éxito de su integración interna. Sin tantas vueltas la tesis sería: es necesario tener éxito en la integración mundial en contemporaneidad con las estrategias de integración continental. Sin una la otra se volverá dificil, si no quimérica. Un ejemplo: ¿Cómo se solventaría el Gran Gasoducto del Sur con precios internacionales de los hidrocarburos deprimidos? Es decir: sin exportar parte de esa riqueza a los centros mudiales. ¿Cómo generar divisas para el desarrollo interno sin la venta de las abundantes producciones primarias locales? Las posibilidades de integrarnos internamente parecen atadas a la suerte del tipo de inserción mundial mercantil que tengamos en los próximos años. Suponer una rivalidad entre estas dos situaciones es simplificar el panorama hasta su incomprensión absoluta. Y la razón fundamental de todo esto es sencilla: El actual proceso político va a transcurrir (más allá de a donde nos lleve tiempo después) por andariveles capitalistas. Las búsquedas del socialismo del siglo XXI o el capitalismo andino o son debates para un futuro remoto o son nomenclaturas nuevas (y tal vez válidas) para renombrar al viejo y querido estado de bienestar. Y por lo tanto, si de capitalismo hablamos, capital es lo que va a requerir la región para intentar un desarrollo genuino. La combinación de riqueza natural con presión política continental es lo que puede dar como resultante una negociación positiva para latinoamérica en el marco de la economía mundial.