La integración latinoamericana (parte I)
Como nunca en la historia de América Latina los gobiernos y la sociedad civil han puesto sobre la mesa la cuestión de la integración continental como en estos tiempos recientes. Cumbres, acuerdos, reuniones bilaterales, intervenciones e intervencionismos, ayudas económicas y políticas, votaciones conjuntas en ámbitos internacionales, por sólo decir algunas, son las formas modernas que ha adoptado el viejo lema de la “unidad latinoamericana”. En verdad, lo que sucede no es sólo el retorno de aquel mito, de aquella esperanza de pueblos alzados y dirigentes aún más, sino una mixtura –muy hija de esta poco clara etapa histórica- inesperada de ese proceso eternamente truncado con el arrasador avance del nuevo animal moderno que llamamos “globalización”. Pensar a los intentos por construir una amalgama supranacional en el sur de América como el espejo opositor a la globalización neoliberal es peligrosamente ingenuo, en la mejor de las variantes. Confundir la arenga bolivariana de Chávez (sumamente útil y necesaria para comprender el proceso si logramos incorporarla correctamente en el cuadro general) con un futuro de autonomía regional, con un proyecto de “territorio liberado” es entender ese discurso desde su literalidad pero no desde su funcionalidad en una corriente histórica que lo supera a la vez que le da sentido.
Lo mismo sucede con las voces más moderadas de la región. La integración en marcha supone un salto cualitativo enorme respecto de los anteriores intentos porque, entre otras muchas cosas, no necesita “correrse por izquierda” entre sí. El contexto permite que todos los gestos y actos, por diferentes que sean en su contundencia, sumen hacia el mismo lado. Así, resultan aún progresivos los acuerdos en materia de infraestructura petrolera y gasífera entre Colombia y Venezuela más allá de las divergencias en política exterior entre los dos mandatarios. De concretarse y avanzar en la cooperación económica, será esa realidad, esa materialidad, la que terminará dando el color verdadero a la relación entre los dos países. En otras palabras, los discursos pueden variar muy rápidamente, los posicionamientos respecto a EEUU no sobreviven a un cambio político de una elección a presidente, pero los tubos de petróleo traspasando fronteras y los aumentos en los saldos del flujo comercial entre las naciones hermanas serán huesos más duros de roer.
No es casual que en esta nueva fase del intento latinoamericanista por sobrevivir, el vocablo integración haya reemplazado al más antiguo de unidad. Este último tiene claramente un perfil más político, más ideológico, más de partido o de orga. Reclama además un objetivo muy alto: es construir un ser nuevo. La “Unidad Latinoamericana” implica, o implicaba, la idea de una nueva América donde todo, donde ella misma, sería otra. Era lógico: para el hombre nuevo, una patria nueva. Ahora bien, la integración –reconozco que tiene menos épica, menos poesía- refiere a cierta materialidad, nos trae un aire productivo por así decir. Nos permite pensarlo desde conceptos como organización, ordenamiento, sistematización de una práctica. Tiene además escondido un verbo que supone acción, movimiento. Tiene también, es evidente, un grado mayor de pragmatismo. Y –tal vez esto sea lo más importante-, a diferencia de unidad no implica disolución de las piezas en el todo. Lo que se ha integrado puede desarmarse, no se solidifica en un nuevo objeto, sino que sigue conservando el ADN particular de cada componente. Es menos escencialista que la unidad. Es (en otro signo de estos tiempos menos totales) más plural. Quedan entonces pocas dudas de que se asemeja mejor con las posibilidades políticas y económicas que están sobre la mesa. O para ponerlo en términos más simpáticos, más utópicos: será más real pensar la unidad cuando se haya logrado, al menos, integrar en un alto grado las partes que deberán dar paso a la nueva formación. También debemos ser concientes del largo plazo que implica tamaña aventura y de los avances y retrocesos que ese camino inexorablemente tendrá.
Hay algo más en esa semántica. Integración no supone un limite. En verdad, la integración latinoamericana tiene una cara doble, que se desplega en un mismo paso, y que contiene una contradicción dificil de resolver –aún intelectualmente-. El continente da muestras de querer profundizar sus lazos internamente, de que sus fronteras se parezcan más a canales abiertos que a murallas medievales. Ahí se concentran una serie importante de luchas políticas e ideológicas de estos años. El freno al Alca es una materialización de eso. La constitución de instituciones regionales que deben su existencia a realidades políticas que no exceden el marco de los estados-nación de Latinoamérica, es otra. Pero también integración supone una relación con el resto del mundo. Seamos más claros. Supone una relación de poder determinada con el poder del mundo. La región crece. Desde hace unos años (depende el país, pero regionalmente podemos hablar de un promedio de 4/5 años aproximadamente) los PBI vienen mostrando balances positivos. ¿Es a caso resultado de la integración “hacia adentro”? ¿Es resultado de que Bolivia ha intercambiado bienes industriales con Paraguay? No. Es producto del intercambio mercantil a escala planetaria, principalmente la venta de productos primarios al mundo desarrollado. Así las cosas, parece necesario hacer un mapa que incorpore la dimensión de la integración latinoamericana con el primer mundo para comprender las posibilidades de éxito de su integración interna. Sin tantas vueltas la tesis sería: es necesario tener éxito en la integración mundial en contemporaneidad con las estrategias de integración continental. Sin una la otra se volverá dificil, si no quimérica. Un ejemplo: ¿Cómo se solventaría el Gran Gasoducto del Sur con precios internacionales de los hidrocarburos deprimidos? Es decir: sin exportar parte de esa riqueza a los centros mudiales. ¿Cómo generar divisas para el desarrollo interno sin la venta de las abundantes producciones primarias locales? Las posibilidades de integrarnos internamente parecen atadas a la suerte del tipo de inserción mundial mercantil que tengamos en los próximos años. Suponer una rivalidad entre estas dos situaciones es simplificar el panorama hasta su incomprensión absoluta. Y la razón fundamental de todo esto es sencilla: El actual proceso político va a transcurrir (más allá de a donde nos lleve tiempo después) por andariveles capitalistas. Las búsquedas del socialismo del siglo XXI o el capitalismo andino o son debates para un futuro remoto o son nomenclaturas nuevas (y tal vez válidas) para renombrar al viejo y querido estado de bienestar. Y por lo tanto, si de capitalismo hablamos, capital es lo que va a requerir la región para intentar un desarrollo genuino. La combinación de riqueza natural con presión política continental es lo que puede dar como resultante una negociación positiva para latinoamérica en el marco de la economía mundial.
1 Comments:
hay que avivar el fuego mas seguido, hermano. sobre todo cuando cada post es mejor que el otro. te admiro, tuyo,
m
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