El presidente que no fue
A veces suceden cosas que no deberían suceder. En México debería haber ganado A. M. López Obrador. Una poderosa combinación de clima continental con un largo devenir político nacional había creado las condiciones para un triunfo del PRD. Pero no fue así. Ya sea por fraude, ya sea por la influencia de la Virgen de Guadalupe en auxilio del católico PAN, ya sea que AMLO se "dejó estar" en virtud de las encuestas, etcétera, por el motivo que sea no pasó lo que debería haber pasado. Así, lo que sucede es el "abismo" político que muchos analistas vienen pronosticando para el México de los próximos tiempos. Las poco claras estrategias del oficialismo para calmar las aguas (hasta ahora totalmente infructuosas) muestran hasta qué punto la situación es inesperada para todos los actores. En algún sentido se vuelve creíble la postura oficial sobre la veracidad de los números: obviamente es más que probable que AMLO haya sido el que sacó más votos, pero aún así la elección fue demasiado pareja, y una elección con empate técnico -de una votación crucial- no puede llevar a otra cosa que a la crisis. Si todo se debió al fraude ¿por qué no robar un par de puntos más, como para despejar dudas? El razonamiento lógico lleva entonces a ver el presente político mexicano como un lugar que no fue construído por ningún actor, sino por el fracaso parcial de todos. Si el zapatismo viene mostrando desde hace 12 largos años -más allá de sus pretensiones mas ambiciosas- la crisis de representación en que cayó el sistema político, esta elección no viene a dar respuesta a ello (como podría entenderse un triunfo más o menos amplio del PRD). La crisis se agranda (es de esperar que el PRD y AMLO se conviertan de aquí en más en "zapatistas" nacionales, intentando conformar una resistencia social que juegue con los límites de la legalidad) y lo más esperable es que el gobierno busque alguna forma de relegitimarse por la acción concreta, ya que no parece poder hacerlo desde el uso del lenguaje político o simbólico.
Sin embargo, resulta difícil compartir la idea de que una revuelta ciudadana-popular pueda cambiar radicalmente el curso político e impedir la asunción del Calderón. Si eso pasara estaríamos ante el acontecimiento más importante del continente de los últimas décadas: México es el segundo país de Latinoamérica, ya sea en términos de PBI como de población, es además la puerta de entrada al patio trasero que tiene EEUU. Una desestabilización de su régimen político dejaría a los sucesos argentinos de 2001, o al derrocamiento de Sánchez de Lozada en Bolivia -por citar un par de casos- como datos accesorios de un terremoto general que reacomodaría un sinnúmero de posicionamientos y alianzas en todo el subcontinente. Es más que dudoso que el gobierno norteamericano y los poderes conservadores locales permitan tal cosa. No, al menos, sin antes arriesgarse a un enfrentamiento que soltaría unos cuántos fantasmas que muchos creen enterrados por siempre por las jóvenes democracias de la región.
La alianza social que se está cocinando al calor de la lucha de AMLO es inestable, de ahí la incertidumbre por los límites de su accionar: antes de la elección se perfilaba como una fuerza de centroizquierda con base en el DF. Un poli clasismo con conducción de los sectores medios, culturalmente progresista y -como espejo de la opción del Sub comandante Marcos- con los dos pies adentro del sistema político mexicano. De hecho, tiene más aceptación que la elección de 1988 sí fue robada a Cuauhtemoc Cárdenas, lo que en su momento no supuso más que un pataleo suave comparado con lo que sucede hoy día. En ese momento el PRD no vaciló en tragarse el sapo a cambio de seguir construyendo poder territorial en el Distrito y ensanchar su representación parlamentaria. Después de la ratificación del triunfo de Calderón por parte de la estructura jurídica de la república esa alianza para haber mutado. El peso de los sectores populares en la alianza opositora va en aumento. De una alianza social con objetivos electorales se pasó a una veloz construcción política que aglutina mitines y movilizaciones a nivel nacional, ocupación del espacio público por tiempo prolongado y organización de mega marchas con una regularidad que despeja la posibilidad de la espontaneidad. Conforme con todos estos cambios, el discurso también mutó. No en vano AMLO ha pasado de ser visto como un prolijo administrador del distrito federal a un populista imitador de Chávez. Cada vez más el discurso del ex candidato habla de los pobres y del pueblo, no ya como una entelequia al que se le debe tirar una mano, a la que la "gente" debe rescatar de su exclusión, sino como el sujeto activo de la pretendida revuelta.
Los resultados estarán por verse. Pero ya se puede anotar que México, ese país que hasta ahora aparecía escindido del proceso de cambios que vive la región, que intentaba sortear la crisis de representación y la crisis neoliberal dando trancos ciegos hacia los brazos de EEUU, entró definitivamente en el desmadre regional.
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